Me doy cuenta como cada año me indigna más el 8 de marzo. Me indigna la teatralización, la banalización, la ridiculización de una fecha que originalmente fue concebida como una conmemoración y con ello un reconocimiento a las obreras muertas, quemadas vivas en una fábrica de Nueva York por pelear sus derechos laborales y con ello el recordatorio de una lucha continua que hemos venido sosteniendo las mujeres por ser reconocidas como humanas con los mismos derechos que los hombres; lucha que no se acaba porque basta ver la cifras de diferentes organismos nacionales e internacionales que muestran las inequidades y las injusticias que aún vivimos las mujeres en el mundo, unas más y otras menos. Esa lucha, esa pelea continua no tendríamos por qué estar llevándola a cabo si desde siempre se hubiera reconocido y asumido que somos humanas igual que los hombres y por tanto tenemos los mismos derechos. Pero como no fue así, como no es así, a diario miles de mujeres y también hombres, intentan con sus acciones que se nos reconozca a las mujeres como humanas, como sujetos activos con derecho propio, derechos que nadie nos otorga y que nadie nos puede y debe otorgar porque ya son nuestros, nadie nos regala el favor de nuestros derechos, ya los tenemos porque somos humanas, somos personas, pero lo que no tenemos es ese reconocimiento y por ese sí que a diario aún debemos pelear.
Para ello se tomó el 8 de marzo como fecha de recordatorio de lo que aún no tenemos, de lo que aún sufrimos y de lo mucho que tenemos por hacer. Sin embargo hoy ya no se conmemora el 8 de marzo, ya no se recuerda la lucha, ya no resuena el eco de las voces de llamado a sumarnos, a participar activamente por un mundo equitativo. Hoy se “celebra a la mujer”, no se llama a actuar en favor de la equidad, se “celebra” que existan las mujeres. ¿Por qué no celebramos que existen los hombres? Quizás porque no es necesario crear un día para hacerles creer que son importantes y son reconocidos. Así “celebrar a la mujer” lleva implícita la farsa, el hacernos creer que somos importantes y somos reconocidas aunque sea por un día. Fue necesario inventar un “día de la mujer” para que pudiésemos tener visibilidad y para hacernos creer que somos lo máximo aunque los 364 días restantes digan lo contrario. Pero además no se “celebra” a cualquier mujer, sino al concepto estereotipado de mujer, de femineidad: la mujer celestial, pura, dulce, entregada, abnegada, que todo lo da por los demás, sacrificada, tierna, candorosa, sonriente, complaciente, delicada, perfecta, la más maravillosa creación, cariñosa, llena de paciencia y tolerancia, bondadosa, romántica, soñadora, tan sensible, frágil como una gota de rocío, amorosa, bella, bendecida por poder se madre; en suma, a la bella mujer que fue creada para complacer, para adornar el entorno y alegrar, aunque en ello le vaya a veces hasta la vida.
¿Por qué no se “celebra” a la rebelde, a la ruda, a la fuerte, a la inteligente, a la capaz, a la perseverante, a la segura de sí misma, a la dueña de su vida, de sus decisiones, de su cuerpo, a la que no complace si no es porque también se complace, a la autónoma, a la libre, a la empoderada, a la imperfecta humana que se alegra pero también se enoja, se entristece, se deprime, se desespera, tiene miedo, inseguridades, contradictoria y que contradice, argumentativa, obstinada, a la que se cansa, la que necesita ayuda…?
¿ Y por qué se “celebra” a la mujer? ¿Para no conmemorar, para no recordar a la violada, a la asesinada, a la acosada, a la abusada sexualmente, a la mutilada, a la esclava sexual, a la violentada física, sexual, psicológica y/o económicamente, a la despedida por estar embarazada, a la que no se le reconoce su trabajo doméstico y de cuidados, a la que se le paga menos por un trabajo igual al que hacen los hombres, a la que se le niega su derecho a participar en la vida pública de su sociedad, a la discriminada, a la silenciada por decir la verdad, ahí está Carmen Aristegui, a la amedrentada, a la amenazada….? ¿Para no mirar, para no reconocer el estado injusto de las cosas, para maquillar, para disimular, para tratar de acallar consciencias?
La gran mayoría de quienes hoy envían mensajes de felicitación, no solo son quienes no conocen y reconocen la historia, sino ante todo son quienes no se reconocen como parte del problema y mucho menos de la solución. Son a quienes no vemos jamás alzando la voz por un mundo equitativo, a quienes no vemos protestando de ningún modo por la desigualdad, por la injusticia, quienes jamás acuden a una marcha o diseminan información o participan activamente en los espacios públicos y privados, quienes poco o nada están dispuestos a hacer por las mujeres a las que dicen celebrar. Pero antes bien son cómplices de la perpetuación del estado de las cosas con su indiferencia y/o con su trivialización de la lucha de otras y otros que sí sudan y sufren a diario la batalla.
Me niego a ser parte de la burda banalización del 8 de marzo, de la teatralidad, del disimulo, me niego a ser cómplice de una celebración inexistente cuando lo que necesitamos son conmemoraciones conscientes que resuenen justo en muchas más consciencias, más cómplices de las mujeres y no contra ellas, más compañeras y compañeros de lucha, más partícipes y menos celebrantes. Dame tus acciones y no tus felicitaciones.
8 DE MARZO, ¡NADA QUE CELEBRAR!