Redacción
Algo que valen la pena conocer
Juan O’Gorman dejó el testimonio de su creación más importante, la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria, estas son sus palabras: “Desde el principio, tuve la idea de hacer mosaicos de piedras de colores en los muros ciegos de los acervos, con la técnica que ya tenía bien experimentada. Con estos mosaicos la biblioteca sería diferente al resto de los edificios de la Ciudad Universitaria, y con esto se le dio carácter mexicano.
Cuando traté el asunto con el arquitecto Carlos Lazo (gerente de construcción del proyecto de la Ciudad Universitaria) se entusiasmó con la idea del recubrimiento de mosaicos de colores y me pidió que hiciera un proyecto. Dediqué dos días y sus noches casi sin dormir y comer, haciendo los primeros croquis, para tener las ideas someras de este mosaico enorme que debería recubrir los cuatro lados de la torre de acervos del edificio, que ya se había comenzado a construir y se terminaría aproximadamente en 1950.
Posteriormente, Carlos Lazo empezó a arrepentirse de haberme prometido hacer este grandioso mosaico, pero a súplicas mías, me permitió que se hiciera un ensayo en la parte baja de uno de los lados de los acervos para ver cómo resultaba visto sobre el edificio.
Finalmente aceptó la idea de hacer los mosaicos de piedra, siempre que el precio que yo cobrara fuera extremadamente bajo, porque no se había previsto presupuesto especial para este recubrimiento, que debería costar un poco más que con vitricota u otro tipo de material. Ya sólo tenía entonces un problema, el de la localización de las piedras de colores.
Claro está que para hacer los mosaicos era necesario obtener piedras de todos los colores posibles. Para ello emprendí viajes por toda la República Mexicana, después de haber consultado el caso con un viejo ingeniero de minas, amigo de mi padre, quien me indicó los lugares donde podría encontrarlas. Visité muchos minerales y canteras para recoger muestras de cada uno de ellos, haciendo una colección integrada por aproximadamente 150 piedras de diferentes colores para seleccionar los que tuvieran mayor coloración posible.
En el estado de Guerrero encontré los amarillos, los rojos y los negros; varios colores verdes también los encontré en los estados de Guerrero y Guanajuato. En Hidalgo encontré piedras volcánicas de color violeta y dos calcedonias de color rosa. Nunca logramos encontrar piedra de color azul, a pesar de que me habían indicado que podría encontrar este color en Zacatecas, en una mina o sitio llamado Pino Solo. Emprendí la expedición que requirió dos días, acompañado por guías y provisto de mulas, hasta dicho sitio lejano, atravesando el desierto de Zacatecas. Allí encontré efectivamente, una calcedonia azul. Finalmente seleccioné diez colores con los cuales podían hacerse los mosaicos: un rojo Venecia, un amarillo Siena, dos rosas de diferente calidad, una casi color salmón y la otra con tendencia al color violeta, un color gris violáceo, el gris oscuro del Pedregal, obsidiana negra y calcedonia blanca; también fue posible emplear el mármol blanco, dos tonos de verde… Para el azul empleé el vidrio coloreado en trozos y después triturado como si se tratara de piedras, o bien, hecho en placas para usarlo como se utiliza en los mosaicos de vidrio.
Con la gama de colores antes descrita, con esta paleta por decirlo así, era posible hacer composiciones pictóricas al exterior de los edificios y tener la certeza de que mientras perduraran las piedras colocadas en el muro en forma de mosaico, perdurarían también los colores. Fue necesario recurrir a las piedras de colores naturales porque no hay en ninguna parte del mundo colores que puedan pintarse y que resistan la intemperie, los rayos solares, las lluvias y los cambios de temperatura”.
Texto: UNAM